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A 25 años del crimen de José Luis Cabezas, ninguno de los condenados está en la cárcel
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A 25 años del crimen de José Luis Cabezas, ninguno de los condenados está en la cárcel

El reportero gráfico fue asesinado el 25 de enero de 1997; Gustavo Prellezo, policía bonaerense y autor material del homicidio, es el único que aún no tiene cumplida la pena, pero al igual que los otros implicados, está libre


A José Luis Cabezas lo mataron por su trabajo como fotógrafo. Esta frase que consignó en el cuerpo 54 del expediente el juez de Dolores, José Luis Macchi, estableció cuál fue el motivo que llevó a Alfredo Enrique Nallib Yabrán, uno de los empresarios más poderosos de la Argentina de fines del siglo pasado, a ordenar que asesinaran al reportero gráfico de la revista Noticias. A 25 años del asesinato del fotógrafo de la revista Noticias, ocurrido el 25 de enero de 1997, en Pinamar, ninguno de los nueve condenados por el homicidio que conmocionó al país está preso.

El policía bonaerense Gustavo Prellezo, condenado a reclusión perpetua como autor material de los disparos que mataron a Cabezas, goza del beneficio de la libertad condicional y trabaja como abogado. La pena que le impuso la Cámara de Apelaciones de Dolores vence en diciembre de este año. Este detalle fundó la denuncia presentada por Gladys, la hermana del fotógrafo asesinado. Entonces, el Colegio de Abogados le revocó la matrícula debido a que la condena no se agotó.

El resto de los policías condenados, Aníbal Luna y Alberto Pedro Gómez, comisario de Pinamar en el momento del homicidio, están en libertad hace casi diez años. Luna vive en General Madariaga y Gómez, en Valeria del Mar. Sergio Camaratta, el otro policía sentenciado, murió en la cárcel.

Mientras que Gregorio Ríos, jefe de seguridad de Yabrán y exmilitar, condenado a prisión perpetua, trabaja como capataz en una estancia, en Corrientes. En tanto que Héctor Retana, uno los cuatro integrantes de la banda de Los Hornos, murió en la cárcel. Los otros tres, Horacio Braga, José Luis Auge y Sergio González, recuperaron la libertad, pero el último de ellos volvió a ser detenido en una causa por drogas.


Un fantasma al descubierto

Casi un año antes de que los sicarios contratados por los policías bonaerenses Prellezo, Luna y Camaratta, que a su vez, cumplieron la orden de Yabrán, quien le había dicho al encargado de seguridad, Gregorio Ríos y a Prellezo, que quería pasar un verano sin periodistas, Cabezas, desde su trabajo como reportero gráfico de Noticias logró ponerle rostro al enigmático hombre de negocios que potenció exponencialmente sus empresas durante la gestión de Carlos Menem como presidente de la Nación.


Yabrán se jactaba de que ni los servicios de inteligencia de los Estados Unidos tenían una foto suya. Construyó el poder a través del misterio. Correos privados, empresas de aviación, compañías de almacenamiento en los principales aeropuertos del país, firmas agropecuarias y agencias de seguridad que contaban en sus nóminas con varios exrepresores eran adjudicadas a Yabrán. Sin embargo, nadie había visto el rostro del empresario.


Cabezas fue asesinado el 25 de enero de 1997. Su cuerpo carbonizado, esposado y con dos balazos en la cabeza fue hallado dentro del Ford Fiesta que le había alquilado la editorial para la que trabajaba, en el fondo de una excavación vial en un camino vecinal de General Madariaga. Hasta allí lo llevaron los sicarios que durante diez días lo siguieron por Pinamar. Lo secuestraron cuando salía de la fiesta de cumpleaños de un empresario postal y el policía les pagó US$4000 para que lo mataran en cumplimiento de la orden de Yabrán.


El homicidio de Cabezas ocurrió cuatro días antes de que el ministro de Economía, Domingo Cavallo, presentara un nuevo informe en el Congreso de la Nación sobre la supuesta mafia enquistada en el Gobierno por las empresas adjudicadas a Yabrán.


En las diversas denuncias que presentó desde agosto de 1995, el ministro de Economía se refirió a Yabrán como el supuesto líder de las mafias enquistadas en el poder.


Guillermo Seita, exsecretario de Medios de la Nación y uno de los asesores más importantes de Cavallo, fue uno de los primeros colaboradores del ministro en sufrir las represalias por las denuncias presentadas contra Yabrán. El 29 de octubre de 1996, la casa del economista, situada en la avenida Libertador al 3300, entre Odiseo y Picaflor, de Pinamar, fue blanco de un ataque incendiario. Por entonces, la víctima del atentado no lo sabía, pero los incendiarios eran policías bonaerenses que se desempeñaban en la seccional local y que rociaron con nafta la vivienda, por cuenta y orden de Yabrán. En mayo de 1998, con la declaración de la exmujer de Prellezo y los peritajes se comprobó que fue el mismo método que los policías utilizaron para quemar el cuerpo de Cabezas.


Durante la cobertura informativa de la temporada del verano de ese mismo año, Cabezas y su compañero, Gabriel Michi, encontraron a Yabrán en la playa de Pinamar y el reportero gráfico tomó la fotografía de Yabrán que fue tapa de la revista Noticias el 3 de marzo de 1996. El misterioso empresario que hizo de su anonimato una de las fuentes de su poder tenía rostro.


Patota todoterreno

La aversión de Yabrán hacia los periodistas y el culto de su anonimato tenía otro motivo que no estaba relacionado con los negocios, sino con su seguridad y la de su familia. Diego Ibáñez, el diputado nacional justicialista y líder del Sindicato Unido Petroleros del Estado (SUPE), fue el responsable de la presentación de Yabrán con Menem.


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Yabrán siempre estuvo agradecido con Ibáñez. Esa gratitud quedó al descubierto en el momento más difícil en la vida del sindicalista. En julio de 1990, su hijo Guillermo fue secuestrado frente a la estación de trenes de Mar del Plata,


Yabrán puso a disposición de su amigo los dos millones de dólares que los secuestradores pedían como rescate.


En el medio de las negociaciones entre los secuestradores y el sindicalista, los delincuentes que tenían cautivo a Guillermo Ibáñez ordenaron que pasara a retirar una prueba de vida por un teléfono público instalado en la estación de servicio situada en el cruce de Santiago del Estero y la avenida Colón. La foto de ese teléfono fue publicada por un medio periodístico y, a partir de ese momento, los secuestradores cortaron la comunicación con el sindicalista.


Guillermo Ibáñez fue asesinado. El cuerpo del hijo del diputado fue hallado enterrado casi veinte días después de haber sido secuestrado. Al abandonar el cementerio de Mar del Plata donde sepultó los restos de su hijo, Ibáñez se dirigió a los periodistas que realizaban la cobertura informativa del sepelio y les dijo: “La mitad de la culpa del asesinato de mi hijo es de ustedes”.


Fue así como el homicidio del hijo de su amigo marcó a fuego a Yabrán, alimentó su aversión a los periodistas y potenció la obsesión por la seguridad de su familia, en base al anonimato.


Antes que Cabezas, Fernando Amato, también periodista de la revista Noticias, sufrió la violencia aplicada por la guardia pretoriana de Yabrán cuando con un compañero tomaban fotos de la mansión del empresario en Pueyrredón 1501, en Martínez.


El 9 de enero de 1995, Jorge Penín y Jorge Pino, cronista y camarógrafo, respectivamente, del canal 8 de Mar del Plata se acercaron al chalet Narbay, en Pinamar, residencia veraniega del empresario y de su familia, con el propósito de hacer una nota. Pero fueron interceptados por el exmilitar Claudio Boyler, custodio de Yabrán, que los persiguió varias cuadras, mientras les arrojaba proyectiles con una gomera.


“Un verano sin periodistas”

En diciembre de 1996, reunidos en las oficinas de Yabito, una de las empresas de Yabrán, el hombre de negocios le transmitió la orden a Ríos y Prellezo de que quería pasar un verano sin periodistas.


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Casi un mes después, el 25 enero, los cuatro integrantes de la banda de Los Hornos, contratados por Prellezo. secuestraron a Cabezas, lo obligaron a subir al Ford Fiesta y, seguidos en el automóvil de Prellezo, abandonaron Pinamar rumbo a la cava de General Madariaga. El comisario Gómez se había encargado de liberar la zona de policías. Ningún uniformado detuvo la caravana. En el trayecto, se sumó Prellezo. Al llegar a la cava, hicieron bajar a Cabezas del auto y el policía lo mató de dos balazos. Después, rociaron con nafta el Ford Fiesta y huyeron. A las 5.25, uno de los jefes de la custodia de Yabrán recibió el llamado en el que comunicaron que habían matado al fotógrafo.


Gladys Cabezas an lucha para evitar que los condenados por el asesinato de su hermano obtengan beneficios judiciales logr que un colegio de abogados revocase la matrcula de Gustavo Prellezo debido a que an no se agot su condenaGladys Cabezas aún lucha para evitar que los condenados por el asesinato de su hermano obtengan beneficios judiciales; logró que un colegio de abogados revocase la matrícula de Gustavo Prellezo debido a que aún no se agotó su condenaDiego Spicaw/ AFV


El 15 de mayo de 1998, Silvia Belawsky, exmujer de Prellezo, se presentó ante el juez Macchi y aportó el dato que terminó de cerrar el círculo de pruebas que involucraban a Yabrán en el asesinato del fotógrafo. La exesposa del policía manifestó que Prellezo había sido el autor del ataque incendiario contra la casa del asesor del ministro Cavallo, en Pinamar, por cuenta y orden de Yabrán.


Con esta prueba, el juez dictó la orden de captura de Yabrán. Pero el empresario no llegó a ser condenado como presunto autor intelectual del asesinato de Cabezas. Después de pasar cinco días prófugo, Yabrán, rodeado por la policía, se disparó un escopetazo en la boca en el baño de una de sus estancias de Entre Ríos.


“Quién otro que Alfredo Enrique Nallib Yabrán instigó a Gregorio Ríos; este, a su vez, determinó a Gustavo Prellezo para interrumpir la tarea periodística que realizaba José Luis Cabezas en Pinamar, que tanto lo obsesionaba. Un hombre que se jactaba de que ni los servicios de inteligencia poseían sus fotos. Había tanta gente en Pinamar que sabía del crimen, que parecía la crónica de una muerte anunciada”, expresó el camarista Raúl Begué, al dictar la sentencia que condenó a los asesinos de Cabezas.ß



Por Gustavo Carabajal - La Nación




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