*Por Jorge Capitanich, gobernador del Chaco
En el mes de octubre se cumplen 7 meses de pandemia sin cambios profundos en la organización del sistema político, económico ni social.
La pandemia puso al descubierto la precariedad laboral de gran parte de la humanidad, la laxitud del sistema de seguridad social y la debilidad estructural del sistema sanitario.
Puso al descubierto la precariedad laboral pues de 7500 millones de habitantes en el planeta tierra, 4000 millones de personas constituyen la fuerza laboral, de los cuales 2500 millones son trabajadores informales sin aportes ni contribuciones al sistema de seguridad social. El 85 % de los trabajadores del continente africano son informales. El 45 % de los trabajadores de América Latina son informales. El 25 % de los trabajadores de la Unión Europea y Estados Unidos son informales.
La tasa de desempleo publicado por la OIT era equivalente a 5,4% en el año 2019 con 190 millones de trabajadores desocupados. Hoy son 470 Millones de trabajadores desocupados en el mundo.
Más informalidad laboral, más desempleo significa menos financiamiento a sistemas de seguridad social más endebles, con mayores dificultades para lograr la inclusión social y sostener el estado de bienestar.
También la pandemia puso al descubierto la fragilidad del sistema de seguridad social, pues la evasión y elusión fiscal a gran escala, los paraísos o guaridas fiscales esparcidos en todo el mundo, la competencia irredenta de los países por bajar impuestos para capturar inversiones cada vez más agresivas en sus respectivas tasas de rentabilidad ponen al descubierto un mundo polarizado entre la abundancia de la riqueza concentrada y la pobreza deleznable de comunidades enteras descartadas y excluidas.
Sólo el estado a través de sus redes sanitarias pudo atenuar el impacto de una pandemia que la OMS pronostica se llevará 2 millones de muertos en el mundo y seguramente 50 Millones de infectados.
En la actualidad OXFAM (Universidad de Oxford –Reino Unido) estima un ocultamiento de fondos en paraísos fiscales, equivalente a más de 7,6 B de dólares, que implican reducción sistemática de financiamiento para los estados que disponen de menor cantidad de recursos para afrontar la ejecución de políticas públicas esenciales para garantizar el ejercicio de los derechos sociales de nuestras comunidades.
El COVID 19 ha permitido evidenciar las desigualdades de los sistemas sanitarios en el mundo, sus restricciones y sus capacidades institucionales para organizar sistemas de vigilancia epidemiológica que minimicen el impacto de epidemias, endemias y pandemias.
Las debilidades estructurales del sistema sanitario se traduce en muertes evitables en la medida que el sistema de información pueda llegar antes, que las políticas sanitarias reduzcan comorbilidades y que el ecosistema social reduzca las inequidades; pues la pandemia ha demostrado que se mueren los más vulnerables de la sociedad (ancianos, pobres y enfermos crónicos) porque no pudieron alcanzar estándares de calidad en a atención a lo largo de su vida.
Pero la pandemia puso también en evidencia que la democracia republicana en el sentido clásico está en crisis, ya que la tensión entre libertad e igualdad, entre representación y representatividad, entre legalidad y legitimidad alcanza su punto máximo.
No hay libertad sin igualdad. No hay representación sin representatividad. No hay legalidad sin legitimidad.
No hay democracia sin el ejercicio de los derechos por parte de las mayorías, ni tampoco hay democracia con el horripilante desparpajo de la opulencia ilimitada. Un mundo polarizado de ricos que nadan en la abundancia y pobres que no tienen un plato de comida en la mesa de cada hogar.
La democracia social está en peligro. Aquella que surge de la voluntad del pueblo para elegir a sus gobernantes pero también necesita de un sistema de gobernanza que cuide el planeta, que distribuya equitativamente sus bienes y que extinga definitivamente la prepotencia armamentista y la vida idolátrica y hedonista de una materialidad que corroe el sentido de la vida.
“Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”, dice Joan Manuel Serrat en una de sus canciones.
Esta es la verdad y si somos capaces de unirnos para combatir las desigualdades tiene remedio. Pero no es dividiendo derechas con izquierdas, ni naciones, ni pueblos ni tampoco comunidades enteras.
Tampoco seremos pretensiosos para concebir una sociedad igualitaria o abolir la existencia de ricos. Simplemente de lo que se trata es de construir una sociedad más fraterna… en fin más humana en donde como decía Hobbes el “hombre no se convierta en lobo del hombre”.